viernes, enero 07, 2005

La isla del tesoro

La casa que me ha alquilado José, todo piedra y vigas de madera al aire, tiene una enorme buhardilla (doblao, le dicen aquí) llena de objetos de las más diversas índoles, desde aperos de labranza que no tengo ni la más remota idea de para qué sirven cada uno de ellos hasta aquellas cajas antiguas de Colacao, de chapa, llenas de fotografías antiguas, cartas y unas pequeñas semillas negras que esperan en el purgatorio vegetal a que algún día alguien se digne a enterrarlas en el cielo-suelo de las plantas de una vez. Sólo he entrado una vez, y salí de allí con la vergonzosa sensación de haber invadido un espacio íntimo que no estaba incluido en mi alquiler. Se lo he comentado a José y me ha dicho que cuando compró hace unos años la casa y la rehabilitó subió al doblao las pertenencias que los antiguos dueños habían arrinconado en una de las dependencias del piso de abajo. Y curiosamente me ha dado permiso para hurgar a mi antojo entre ellas e incluso adueñarme de lo que me plazca. Pero, aún así, no me decido (faltas no me ganan) a desenterrar los fantasmas de la casa. Quizá en unos días pierda mis escrúpulos, es demasiado tentador para mi alma de fisgón.

Neko