sábado, enero 08, 2005

penas

De cuando en cuando recala por el mesón de José un curioso personaje, mitad poeta mitad colgado, al que llaman Borrella. Lo cierto es que José no sabe su nombre de pila, ni creo que le importe demasiado. Es cabrero por cuenta ajena y la soledad del monte ha hecho de él un tipo taciturno y de pocas palabras. No es de por allí, llegó de fuera hace diez años y se quedó, aunque no se relaciona demasiado con los vecinos. Cuando el mesón está vacio y a punto de cerrar, José le deja que fume marihuana de su propia cosecha -algo no poco habitual por estos lares-, que lleva en una vieja talega de cuero, a condición de que toque un poco la guitarra. José dice que cuando vivía en Sevilla trabajando en la construcción, antes de montar el mesón, aprendió a apreciar el cante flamenco y a aborrecer las grandes ciudades, así que guarda una relación de amor odio con sus recuerdos sevillanos. Sospecho por algunos detalles que ha dejado caer que también hubo una mujer por medio y que la cosa no acabó demasiado bien y le marcó de por vida. Borrella suele acariciar la guitarra durante largos minutos, demorando el momento de empezar a arrancarle sonidos. Yo, olvidado ya por ambos, discreto en mi rincón, observo fascinado el ritual. Unos acordes, breves punteos. Y al rato, tras unos tragos de vino, José se arranca, los ojos cerrados como un derviche girando sobre el mundo que gira, dejando fluir la angustia como sólo puede hacerlo alguien que está de vuelta: "se murieron de pena tus penas, que se murieron y no fuiste a llorar..."

Neko